una tendencia que no pudimos evitar
REGISTROS DE LO INDIVIDUAL EN EL ESPACIO COMÚN
Por Ana Laura López
El 6 de septiembre de 2020, un grupo de bailarinxs, actores y actrices, se dirigió al centro del Parque Patricios y, megáfono y pegamento en mano, desplegó una serie de preguntas (leídas e impresas) en el espacio público: “¿qué vamos a hacer? ¿Viste al teatro por ahí? ¿Viste a la danza por ahí? ¿Cuánto vibra una palabra detrás de un barbijo?”. Luego, se trasladaron a la puerta de dos salas vecinas del parque, donde tuvieron lugar acciones breves, vinculadas con la consigna “poéticas del cuidado para un arte futuro”. Era la primera de muchas intervenciones de ESCENA, Espacios Escénicos Autónomos (una organización político – cultural de la Ciudad de Buenos Aires) tendiente a visibilizar la situación de los espacios durante la pandemia, pero también, orientada a interpelar al barrio a partir del uso de un nuevo-viejo escenario: la calle. Poesía, música, danza, teatro; propuestas más o menos extensas, más o menos elaboradas y siempre colectivas, que comenzaron a irrumpir para sorpresa de transeúntes y vecinxs.
El 5 de febrero de 2021, una pequeña estatua de una mujer desnuda, sentada en actitud contemplativa y melancólica, apareció en una roca de Playa Chica, Mar del Plata. “Misteriosa escultura”, titularon los diarios; los paseantes decían estar encantados con la obra y deseosos de conocer a su autor; y las autoridades municipales iniciaron la búsqueda del artista para, según dijeron, poder formalizar el emplazamiento, acompañar al autor en el proceso de regularización de la situación de la obra, y brindarle autorización para situar otros trabajos.
Más tarde, y una vez identificado, el escultor manifestó que su deseo por conservar el anonimato había tenido que ver con observar qué reacciones e interpretaciones generaba la pieza, sin que la figura del autor se pusiera por delante.
Por su parte, lxs funcionarixs marplatenses expresaron que la propuesta les parecía una “experiencia extraordinaria para resignificar los espacios públicos”. Sin embargo, su intento de encontrar al autor para autorizar, normalizar y burocratizar su propuesta distaba bastante de su retórica.
Más tarde, el primero de abril, tuvo lugar una nueva aparición anónima, muy cerca de la primera: una figura de yeso esmaltado (y saltado), que representaba a un perro. Los paseantes consideraron esta obra de mal gusto, un adorno de bazar. Nadie se interesó por ella ni se preguntó por su autor o autora y, finalmente, fue retirada. No fuera a ocurrir que la resignificación del espacio público se saliera de control.
El 24 de marzo, Abuelas propuso la acción “sembrar memoria”, que consistía en que cada persona, colectivo e institución plantara un árbol en memoria de los detenidos desaparecidos, como alternativa a las habituales marchas dificultadas por la pandemia.
La campaña me suscitó dudas, no ideológicas sino de orden práctico: ¿dónde sembrar árboles en una ciudad como la nuestra, tan escasa de espacios verdes y tan llena de control? ¿Se puede ir a una plaza de barrio, a la bajada de una autopista, al parquecito de una estación y, sin autorización alguna, plantar un árbol? Poco tiempo antes, vecinos de Chacarita habían tenido que turnarse para que el Gobierno de la Ciudad no retirara la huerta urbana que habían creado y, más o menos por la misma época, una mujer de Villa Urquiza se encadenó a un árbol para que no lo talaran. ¿Cuánto iban a durar esos árboles de la memoria con esos antecedentes?
Desconozco si alguno de ellos fue removido, pero sí sucedió otra cosa. El mismo 24, Sergio Maldonado fue parte de un homenaje a su hermano, en el que se decidió sembrar otra cosa: un busto de Santiago en Plaza de Mayo. El emplazamiento duró menos de 24 hs. El busto fue removido por personal del Gobierno de la Ciudad, con paradero desconocido (sí, así de simbólico y siniestro).
¿Qué tienen en común el despliegue de acciones performáticas en la calle; el emplazamiento de pequeñas estatuas frente al mar; y la propuesta de sembrar memoria, en contra del terrorismo y la represión de estado? Que son intervenciones que vienen a dislocar el uso del espacio público o, por lo menos, el imaginario de lo que se puede hacer en él. ¿Hasta qué punto nos lo podemos apropiar? ¿Cuándo lo público dejó de ser algo vivido y diseñado colectivamente, incluso entre líneas en tensión? ¿Cuándo dejó de ser espacio de experiencias, para convertirse en lugar de tránsito y vínculo utilitario?
La pandemia, aun con las restricciones que van y vienen, nos ha volcado hacia afuera. Si ante la circulación de un virus, el cuidado no está de puertas para adentro y el horizonte de desplazamiento posible se acorta a la cercanía, salir para rehabitar lo cotidiano se hace tendencia. Si este espacio es mío y de todxs, ¿qué hay de mí en él? ¿Dónde está mi huella, mi impronta y mi memoria? Preguntas hechas cuerpo, obra y acción toman la calle por sorpresa, escapando de la normalización que intenta apresarlas. Ojalá se multipliquen.